Educación, metodología y cambio de siglo
Enrique Dans
http://www.elmundo.es/suplementos/campus/2007/480/1173283309.html
Ir
a clase. Piense en esa frase. Paladéela, evoque todas las ocasiones en
las que la ha pronunciado. Sentarse en una silla y asistir al evento
central de la vida académica. Formarse, adquirir conocimientos, recibir
un título… todo pasaba por el acto repetitivo de ir a clase. Podemos
tener códigos de asistencia más o menos rígidos, profesores mejores o
peores, pero la esencia nunca cambia: la clase es el momento de la
transmisión del saber del profesor a aquellos que tiene ante sí. Mi
contacto con la Universidad española tuvo lugar entre 1984 y 1989.
Entonces, sin avances como internet, Google o Wikipedia, la clase tenía
sentido: el acceso al conocimiento era caro, incómodo, difícil de
digerir. El profesor escogía fuentes, las hacía asimilables y las
transmitía a unos alumnos que las vertían en sus apuntes. La clase
consistía en un docente que proporcionaba material a unos alumnos
afanados en volcarlo en hojas de papel. Llegar con papeles en blanco,
salir con ellos llenos de texto y diagramas. Rigurosamente
unidireccional: el docente no invadía el espacio de los alumnos, porque
no tenía sentido: la nota dependía de los exámenes, y la clase no tenía
que ver con ellos.
Había un cierto consenso en que quien iba a clase tenía más posibilidades de aprobar, aunque sólo fuese
por la retención derivada de tomar apuntes. Sin embargo, he visto a
alumnos obtener buenas notas sin pisar el aula: todo era tener un buen
copista, como era mi caso: dotado de una gran velocidad de escritura,
acudía rigurosamente a clase y cedía mis apuntes a aquel que me los
pedía. Pasear por la biblioteca era reconocer mi letra en múltiples
mesas, y ver como algunos compañeros, con mis apuntes, obtenían en
ocasiones mejores notas que yo.
Mi
experiencia de universitario del siglo pasado contrasta de manera
brutal con la de docente de este siglo. En primer lugar, el acceso a las
fuentes de información se ha universalizado. Los alumnos tienen la
información al alcance de un clic, y pasean por ella con naturalidad. La
transmisión del conocimiento también ha cambiado: si en mi clase me
pongo a leer unos apuntes, mis alumnos saldrán en pocos minutos a pedir
mi sustitución. Las escenas de mis años de Universidad son ya recuerdos
lejanos del siglo pasado.
Lo
que hoy vivo en una clase va mucho más allá de la transmisión de
información: provocar discusión, participación, fijar conocimientos
mediante experiencias, vivencias, aportes personales… La información
llega antes de la clase, se enriquece, se trabaja sobre ella, y la clase
se centra en tareas de más valor añadido. Tomar apuntes en una clase es
un uso ineficiente del tiempo y de la atención.
La
tecnología es una parte importante de esta transformación. No sólo
lleva información a los estudiantes, sino que permite además que el
profesor la use para comunicarse, discutir en foros, proporcionar
fuentes adicionales, etc. El flujo de información cambia incluso el
caduco principio de autoridad: el profesor no puede asumir que tiene más
o mejor información que sus alumnos. Además, la tecnología hace
desaparecer las paredes del aula: cada semana doy clase a alumnos en los
más diversos lugares del planeta, a los que integro en la discusión
mediante cámaras web, mientras ellos me ven a mí en una ventana, mi
presentación en otra, y comentan o preguntan en una tercera: una
enseñanza online que, lejos de ser un autoestudio de bajo coste, es una
clase de verdad, con su riqueza y experiencias, en la que la profundidad
de la discusión, ayudada por la mayor riqueza del medio, va más allá
que la clase convencional.
Este
año, llevado por esa paradoja, he empezado a introducir la vertiente
electrónica en clases que no lo son: tras la sesión presencial, los
alumnos encuentran un foro en el que continuar la clase, preguntar
dudas, aportar ideas, materiales… la clase ya no termina cuando el reloj
da la hora.
La evolución de las metodologías de enseñanza va paralela a la revolución de la tecnología. ¿Pueden las instituciones usarlo para mejorar la calidad del producto? En eso consiste el reto de la educación en este ya no tan reciente cambio de siglo.
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